Uno se cansa a veces. Se le ahogan todos los puertos, las
ventanas se incendian de noches, y cada silencio es un infierno. Cada instante
un deshabitado cielo, y los rincones de la casa llevan el nombre de todas las
ausencias. Y surge el cansancio. La voz rota contra los cristales del papel,
con destino de aire, de cenizas, de bolsa de basuras. Y se cansan las palabras,
el verso hace equilibrio entre el ser y no ser, se confrontan las preguntas
primeras, las respuestas de la existencia, y al horizonte, que nos ha atrapado
el paso, y la solitaria huella que no alcanza a ser camino.
Pero existe un día, sabemos de su existencia en medio de la
noche. Y como la marea, despertamos en una playa de isla soñada. Damos un paso,
tal vez dos, y nos encendemos en una batalla contra todos los eclipses. Otra
vez tiene sentido cada letra, otra vez se colma el sueño de divinidades, y acá
estamos, aunque cansados, heridos por la resistencia, por defendernos el alma,
sin habernos entregado a pactos viciados con lo ejecutivo. Y sucedemos una vez
más, como siempre: alados, libres, divinos.
Para que cante la sangre del universo, para ver el cosmos
con los ojos de Dios, para latir consagrados en la sal del rocío y en el salto
de las olas, conjurando estrellas en esa comunión de explosiones, y en ese
ardid del alma nos ofrendamos, poemas, al silencio del Amor.
12/08/2007
bolívar, argentina
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